¿El fin del “país posible”?
5 Febrero, 2010
Por: Juan Ramón Martínez
Fue un sueño que, como todos, no duró mucho. Pero si fue, reconfortante, aleccionador y, porqué no decirle, la prueba que si soñamos, podemos hacerlo posible. Nunca antes habíamos hecho lo que hicimos. Mientras la llamada comunidad internacional, que cree que tiene derecho a dirigir la vida de los pueblos del continente, se escandalizaba porque por primera vez –esto sí es cierto, Maduro–, decíamos que no al embajador estadounidense que, escandalizado nos veía con estupor y fingidas sonrisas de latino improvisado. Al Secretario General de la OEA, a Chávez, a la Cristina Fernández, al Obispo, “padre de la patria”, presidente del Paraguay y a los obligados hermanos presidentes de Centroamérica. Los hondureños, con valentía discutíamos a gritos cuál era el país que queríamos. Sin diálogo previo, la calle se convirtió en foro de discusión. Los izquierdistas, posesionados en ella y respaldados por el gobierno de Zelaya que sonaba trompetas triunfales, obligaron a los derechistas para que discutiéramos si inventábamos un nuevo caudillo, hacíamos de Chávez un padre para Morazán. O defendíamos la democracia, cumplíamos con la ley; y, con orgullo, nos negábamos a ser discípulos de Fidel Castro y sirvientes de los estadounidenses, que no saben dónde queda la frontera entre la amistad y el honor.
Las paredes fueron el espacio en donde la izquierda amenazó a los que no estaban de acuerdo con ellos. Dijo, que sabrían lo duro que “sería vivir cuando gobernara el pueblo”. Invitaron al racismo y al asesinato, al sugerir que había que “matar un turco para hacer patria”, a rechazar a los homosexuales; y a renunciar al sueño de la independencia nacional. Pero la derecha salió a las calles, sin miedo, a defender a un sistema que aunque con imperfecciones, es el menos malo de los que tenemos opción. A rechazar el socialismo del siglo XXI no por su afán de justicia; voluntad de cambio, ni por su cariño por la participación, sino que por la gritada ineficiencia en producir bienestar, imaginar el futuro y estimular el sueño para que el músculo se tense; y la fuerza, haga posible a Honduras. Nos opusimos al socialismo del siglo XXI, porque se petrificó en el pasado, creyendo que lo mejor ocurrió en el tiempo de Bolívar; y que, en el tiempo nuestro, no podíamos hacer nada nuevo y mejor. Puro pasado paralizante.
La discusión, acalorada, irrespetuosa, e incluso violenta y amenazante, por momentos con falsos ejemplos y discursos torcidos fue, sin embargo, un “diálogo” en que, tirándonos los trastos en la cabeza, pusimos las cartas sobre la mesa, demostrativas de la voluntad de cada uno de los grupos enfrentados, por hacer de esto que es una caricatura de nación, un país posible. Y cuando llegó Insulza, prepotente y arrogante, a ordenarnos qué era lo que teníamos que hacer para que nos perdonaran por el irrespeto de discutir en forma brusca el destino del país; y Micheletti le faltó al respeto, gritándole como camionero, cosas que escandalizaron a Flores e hicieron temblar a Callejas, nos corrió por la espalda un sentimiento de orgullo. Por primera vez un hondureño, gobernante en ejercicio, les decía en su cara a los fingidos diplomáticos, embajadores del atraso y pontífices de la sumisión y la renuncia a la creatividad y al sueño, que aquí respetábamos la ley, que defendíamos nuestro honor y el derecho de equivocarnos incluso. Los asustados embajadores de los países que no querían que nosotros lo fuéramos ni siquiera por unas pocas horas, nos dieron la oportunidad de sentirnos una sociedad que podía, bajo la amenaza, los gritos y los chantajes, construir su futuro, bajo sus propias consideraciones y ejercicios mentales.
Contrario a lo que había ocurrido en otras oportunidades, nos sentimos grandes, fuertes y retadores por casi 7 meses. Nadie echó pie atrás, y se rindió. Ni los que querían que nos entregáramos a Chávez; ni los que recomendaban que bajáramos la voz; y que les dijéramos al Potomac que estábamos de acuerdo en seguir siendo sus “sirvientes”, lograron cambiar el rumbo. Resistimos de pie. Con inédita dignidad.
Los sueños no duran mucho. Lobo nos ha despertado bruscamente. Ha dicho que no podemos tener identidad; ni dignidad; y que, para sobrevivir, hay que hacer lo que nos ordenan: aplaudir a Llorens y celebrar a Leonel Fernández. Y que, debemos de dejar de soñar, porque todo está dado. Y que, siempre seremos un país dominado, al servicio de los que financian al gobierno ineficiente. Ha interrumpido el sueño de un país posible. Y no quiere incluso, que nos volvamos a dormir. Por ello, como Zelaya, Lobo nos mantiene ocupados, anunciando la pronta llegada de Santa Claus.
5 Febrero, 2010
Por: Juan Ramón Martínez
Fue un sueño que, como todos, no duró mucho. Pero si fue, reconfortante, aleccionador y, porqué no decirle, la prueba que si soñamos, podemos hacerlo posible. Nunca antes habíamos hecho lo que hicimos. Mientras la llamada comunidad internacional, que cree que tiene derecho a dirigir la vida de los pueblos del continente, se escandalizaba porque por primera vez –esto sí es cierto, Maduro–, decíamos que no al embajador estadounidense que, escandalizado nos veía con estupor y fingidas sonrisas de latino improvisado. Al Secretario General de la OEA, a Chávez, a la Cristina Fernández, al Obispo, “padre de la patria”, presidente del Paraguay y a los obligados hermanos presidentes de Centroamérica. Los hondureños, con valentía discutíamos a gritos cuál era el país que queríamos. Sin diálogo previo, la calle se convirtió en foro de discusión. Los izquierdistas, posesionados en ella y respaldados por el gobierno de Zelaya que sonaba trompetas triunfales, obligaron a los derechistas para que discutiéramos si inventábamos un nuevo caudillo, hacíamos de Chávez un padre para Morazán. O defendíamos la democracia, cumplíamos con la ley; y, con orgullo, nos negábamos a ser discípulos de Fidel Castro y sirvientes de los estadounidenses, que no saben dónde queda la frontera entre la amistad y el honor.
Las paredes fueron el espacio en donde la izquierda amenazó a los que no estaban de acuerdo con ellos. Dijo, que sabrían lo duro que “sería vivir cuando gobernara el pueblo”. Invitaron al racismo y al asesinato, al sugerir que había que “matar un turco para hacer patria”, a rechazar a los homosexuales; y a renunciar al sueño de la independencia nacional. Pero la derecha salió a las calles, sin miedo, a defender a un sistema que aunque con imperfecciones, es el menos malo de los que tenemos opción. A rechazar el socialismo del siglo XXI no por su afán de justicia; voluntad de cambio, ni por su cariño por la participación, sino que por la gritada ineficiencia en producir bienestar, imaginar el futuro y estimular el sueño para que el músculo se tense; y la fuerza, haga posible a Honduras. Nos opusimos al socialismo del siglo XXI, porque se petrificó en el pasado, creyendo que lo mejor ocurrió en el tiempo de Bolívar; y que, en el tiempo nuestro, no podíamos hacer nada nuevo y mejor. Puro pasado paralizante.
La discusión, acalorada, irrespetuosa, e incluso violenta y amenazante, por momentos con falsos ejemplos y discursos torcidos fue, sin embargo, un “diálogo” en que, tirándonos los trastos en la cabeza, pusimos las cartas sobre la mesa, demostrativas de la voluntad de cada uno de los grupos enfrentados, por hacer de esto que es una caricatura de nación, un país posible. Y cuando llegó Insulza, prepotente y arrogante, a ordenarnos qué era lo que teníamos que hacer para que nos perdonaran por el irrespeto de discutir en forma brusca el destino del país; y Micheletti le faltó al respeto, gritándole como camionero, cosas que escandalizaron a Flores e hicieron temblar a Callejas, nos corrió por la espalda un sentimiento de orgullo. Por primera vez un hondureño, gobernante en ejercicio, les decía en su cara a los fingidos diplomáticos, embajadores del atraso y pontífices de la sumisión y la renuncia a la creatividad y al sueño, que aquí respetábamos la ley, que defendíamos nuestro honor y el derecho de equivocarnos incluso. Los asustados embajadores de los países que no querían que nosotros lo fuéramos ni siquiera por unas pocas horas, nos dieron la oportunidad de sentirnos una sociedad que podía, bajo la amenaza, los gritos y los chantajes, construir su futuro, bajo sus propias consideraciones y ejercicios mentales.
Contrario a lo que había ocurrido en otras oportunidades, nos sentimos grandes, fuertes y retadores por casi 7 meses. Nadie echó pie atrás, y se rindió. Ni los que querían que nos entregáramos a Chávez; ni los que recomendaban que bajáramos la voz; y que les dijéramos al Potomac que estábamos de acuerdo en seguir siendo sus “sirvientes”, lograron cambiar el rumbo. Resistimos de pie. Con inédita dignidad.
Los sueños no duran mucho. Lobo nos ha despertado bruscamente. Ha dicho que no podemos tener identidad; ni dignidad; y que, para sobrevivir, hay que hacer lo que nos ordenan: aplaudir a Llorens y celebrar a Leonel Fernández. Y que, debemos de dejar de soñar, porque todo está dado. Y que, siempre seremos un país dominado, al servicio de los que financian al gobierno ineficiente. Ha interrumpido el sueño de un país posible. Y no quiere incluso, que nos volvamos a dormir. Por ello, como Zelaya, Lobo nos mantiene ocupados, anunciando la pronta llegada de Santa Claus.